viernes, 13 de noviembre de 2009

TSUNAMI


Un TSUNAMI (del japonés TSU: puerto o bahía, NAMI: ola) es una ola o serie de olas que se producen en una masa de agua al ser empujada violentamente por una fuerza que la desplaza verticalmente. Este término fue adoptado en un congreso de 1963.

Terremotos, volcanes, meteoritos, derrumbes costeros o subterráneos e incluso explosiones de gran magnitud pueden generar un TSUNAMI.

Antiguamente se les llamaba “marejadas”, “maremotos” u “ondas sísmicas marinas”, pero estos términos han ido quedando obsoletos, ya que no describen adecuadamente el fenómeno. Los dos primeros implican movimientos de marea, que es un fenómeno diferente y que tiene que ver con un desbalance oceánico provocado por la atracción gravitacional ejercida por los planetas, el sol y especialmente la luna. Las ondas sísmicas, por otra parte, implican un terremoto y ya vimos que hay varias otras causas de un TSUNAMI.

Un tsunami generalmente no es sentido por las naves en alta mar (las olas en alta mar son pequeñas) ni puede visualizarse desde la altura de un avión volando sobre el mar.

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El ETNOCIDIO

El 22 de enero de 1932 es una huella de sangre en la historia de El Salvador. De acuerdo a historiadores reconocidos los hechos registrados en la época es uno de los sucesos de mayor revuelo nacional e internacional.

El Salvador en 1929 atravesó una profunda crisis económica por la caída de los precios del café, crisis financiera mundial, abusos de poder, amplia desigualdad entre terratenientes y campesinos, desempleo, explotación laboral y discriminación indígena.

La explotación laboral cometida contra campesinos e indígenas por parte de los hacendados es una de las inmensas desigualdades sociales y políticas registradas en la historia salvadoreña.

Para finales de 1930, la paga en las haciendas consistía en dos tortillas y dos cucharadas de frijoles salcochados al inicio y al final de la jornada. El trato hacia los campesinos era despótico.

El encargado de la delegación estadounidense en San Salvador, W. J. McCafferty, en una carta dirigida hacia su gobierno, fechada el 5 de febrero de 1932, explicaba la situación salvadoreña y expresaba que un animal de labranza tenía más valor que un trabajador.


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